Crónica para la materia de “Redacción”
(Escuela de Periodismo Carlos Septién García) en base al recorrido de la fiesta
de San Judas Tadeo.
Fotografías de Aldo Spazzino.
Por
advertencia pareciera que todos, en nuestras casas, nos advertían que
anduviéramos con cuidado: ¿a qué chingados te metes en la fiesta de San Judas?,
me dicen en mi casa y, lo más seguro, en las casas de algunos de mis compañeros,
tal vez con palabras más suaves.
Me bajo en
metro Bellas Artes, advertido del “zafarrancho” que sería bajar en la estación de Hidalgo. Como aún es temprano para que
empiecen clases en la facultad, me tomo la libertad que cruzar la alameda con
tranquilidad, no hay ni un alma en todo el parque, nunca había visto la
alameda a si de tranquila. Ya en la calle de Balderas empiezo a ver a gente
dormida en los costados de la estación del metrobus, algunos acostados sobre
cartones otros solo con cobijas. Llego al cruce con paseo de reforma y me doy
cuenta del panorama general. No hay tanta gente como me esperaba, la parte de avenida
Hidalgo que da a la Iglesia de San Hipólito está cerrada pero algunos carros
aún pueden pasar por Reforma. Hay familias durmiendo en ambas esquinas de Reforma, bebes llorando por cada metro que recorro y el hedor que emana de
Hidalgo es una mezcla de fruta podrida y mota.
Llego al
puesto de periódicos que esta al costado de la entrada al metro que da a la
calle Basilio Badillo, le pregunto al señor del puesto que como ve la
situación, me corrobora que este año la fiesta ha estado más tranquila: “debe
ser por el frio”, concluye. Camino un rato en los alrededores de la iglesia de
San Hipólito. Aun con la falta de gente es imposible acceder a la iglesia, la
imagen de las personas aglomeradas en la entrada me dan la impresión de que en
solo acercarme la multitud me absorbería como si fuera la mancha voraz.
Regreso al
Septién y lo primero que intento hacer, entrando al aula, es leer el periódico,
no lo logro. No habían pasado ni cinco minutos cuando los primeros compañeros
entraron y me animaron a salir con ellos a ver como estaba el “desmadre” allá
afuera. En esa rápida ida habían hablado con gente que venía desde Iztapalapa
hasta Tijuana, muchos a cumplir “sus mandados a San Juditas”.
Regresando de
nuestro rápido paseo, en la entrada, de Reforma, a la calle de Basilio Badillo,
nos llama la atención un par de sujetos con un San Judas vestido con un chaleco
con las siglas SME (Sindicato Mexicano de Electricistas), me acerco a
preguntarles sobre la vestimenta de su San Judas y como ven que traigo una
pequeña libreta creen que soy periodista, les digo que soy estudiante de periodismo
en la escuela que esta al fondo de la calle, pero parece que eso no los
desanima para hablar conmigo. Nos sentamos en unas frías sillas de plástico en
el puesto de doña Ana, que está al lado de la escuela, y uno de ellos, que se
identifica como “el charro”, me empiezan a exponer como Felipe Calderón es un
traidor a la patria y como el gobierno ha vendido los bienes del país a
empresas del extranjero. Mientras el charro expone sobre este tema su
compañero, que en al final de la conversación comenta que se llama Salvador,
los segunda con comentarios como: “deberían matarlos, a los cabrones”. Al final
me dan unos datos de algún contacto suyo y nos despedimos.
Más tarde, en
el receso y otra vez con compañeros, vuelvo a avenida Hidalgo a ver si el
número de gente había aumentado. Empiezo a notar pequeños nichos de personas que
después se disuelven, todos con una mano extendida. En mi ignorancia pregunto a
una señora que se quejaba de la brusquedad de las personas y me dice que son
gente que está haciendo penitencia: “regalan comida o imágenes de San Juditas”.
Aunque también veo que algunos regalan pulseras con el color de la vestimenta
de San Judas. Le pregunto sobre la Ley del Labrador y me dice que no sabe
nada, que mejor le pregunte a la gente de los puestos, que ellos conocen mejor
el lugar.
Ley del Labrador |
Después de
pasar un buen rato preguntando, una señora que vendía tacos de canasta le suena
el nombre del labrador y solo me dice que está en una esquina de la iglesia.
Para mi desgracia, y de los compañeros, la inscripción estaba tapada por un adorno
de flores que rezaba: Gracias te da Aníbal San Judas Tadeo. Investigando, ya en
privado, leo que es la escultura de un indígena siendo levantado por un águila, está en la esquina de la iglesia y que simboliza el triunfo de los
españoles sobre los aztecas al final de la conquista española. La misma iglesia
de San Hipólito fue levantada en homenaje a los españoles que murieron en la
tan famosa noche triste.
Regresamos a
la facultad para comparar testimonios y observaciones, unos hablaban de vagos
que dice ser Jesús y otros de personas desesperadas que al momento de preguntar
la misma gente se abalanzaba a ellos buscando un hombro en cual llorar: por
algo le dicen a San Judas el santo de las causas difíciles.
Después de
clases, la mancha voraz se había extendido hasta abarcar la mitad de la avenida
reforma. Era medio día y aunque aún perduraba el frío, la temperatura subió lo
suficiente como para hacer notar el olor del solvente. Nuestro deber era
sumergirnos, el compañero Aldo y yo, en esta masa de cholos y papás jalando a
sus niños y bebes vestidos de San Judas. Las señoras amistosas de la mañana
habían sido remplazadas por peregrinos apáticos. Con la tibieza de la tarde ya
fue difícil sacarle a alguien algún comentario: mucha de la gente que venía de
barrios no tenía interés en hablar con alguien de no fuera de su nicho social. Recorrimos
ambos extremos de la fiesta, desde la plaza Francisco Zarco, al costado de San
Hipólito, hasta el límite entre Hidalgo y Puente de Alvarado.
Es en el
límite con Puente de Alvarado donde Aldo y yo nos sentamos, hartos del olor a mariguana
y el verdiblanco de los tótems que podían ser tan pequeños como mi pulgar a ser
una bestialidad de dos metros. Observamos como unos policías se llevaban a unos
muchachos de una peregrinación, todos de un tal barrio seis, queda de más decir
que sus compañeros se fueron encima de los polis: ¡Se los llevan los puercos!,
grita alguien en la multitud. En la plática para matar el tiempo menciono que
la profesora Yenizar, en el taller remedial de historia, nos contó sobre el
hospital mental de San Hipólito, que había sido el primero en la ciudad y que
estaba alado de la iglesia, donde ahora hay un café.
En nuestro
último recorrido tuvimos suerte, Aldo logro entablar conversación con unas
personas de avanzada edad que venían desde Sinaloa a una misa dedicada a su
estado, si no mal recuerdo a pedir por un sobrino o un nieto en problemas. En
mi caso logre hablar con una señora que hacia penitencia regalando bolsitas de
dulces, siguiendo la tradición de su marido, que falleció el año pasado, nos cuenta.
Nos despedimos
de San Hipólito con frío y dolor de cabeza. Nada que una cerveza, en el caso de
Aldo, y una cama, en el mío, no pueda solucionar. Aliviados de estar lejos de
la muchedumbre asfixiante.