domingo, 6 de noviembre de 2016

Una vista a la tierra de las causas desesperadas y perdidas



Crónica para la materia de “Redacción” (Escuela de Periodismo Carlos Septién García) en base al recorrido de la fiesta de San Judas Tadeo.

Fotografías de Aldo Spazzino.   


Por advertencia pareciera que todos, en nuestras casas, nos advertían que anduviéramos con cuidado: ¿a qué chingados te metes en la fiesta de San Judas?, me dicen en mi casa y, lo más seguro, en las casas de algunos de mis compañeros, tal vez con palabras más suaves. 

Me bajo en metro Bellas Artes, advertido del “zafarrancho” que sería bajar en la estación de Hidalgo. Como aún es temprano para que empiecen clases en la facultad, me tomo la libertad que cruzar la alameda con tranquilidad, no hay ni un alma en todo el parque, nunca había visto la alameda a si de tranquila. Ya en la calle de Balderas empiezo a ver a gente dormida en los costados de la estación del metrobus, algunos acostados sobre cartones otros solo con cobijas. Llego al cruce con paseo de reforma y me doy cuenta del panorama general. No hay tanta gente como me esperaba, la parte de avenida Hidalgo que da a la Iglesia de San Hipólito está cerrada pero algunos carros aún pueden pasar por Reforma. Hay familias durmiendo en ambas esquinas de Reforma, bebes llorando por cada metro que recorro y el hedor que emana de Hidalgo es una mezcla de fruta podrida y mota.  

Llego al puesto de periódicos que esta al costado de la entrada al metro que da a la calle Basilio Badillo, le pregunto al señor del puesto que como ve la situación, me corrobora que este año la fiesta ha estado más tranquila: “debe ser por el frio”, concluye. Camino un rato en los alrededores de la iglesia de San Hipólito. Aun con la falta de gente es imposible acceder a la iglesia, la imagen de las personas aglomeradas en la entrada me dan la impresión de que en solo acercarme la multitud me absorbería como si fuera la mancha voraz. 

Regreso al Septién y lo primero que intento hacer, entrando al aula, es leer el periódico, no lo logro. No habían pasado ni cinco minutos cuando los primeros compañeros entraron y me animaron a salir con ellos a ver como estaba el “desmadre” allá afuera. En esa rápida ida habían hablado con gente que venía desde Iztapalapa hasta Tijuana, muchos a cumplir “sus mandados a San Juditas”.

Regresando de nuestro rápido paseo, en la entrada, de Reforma, a la calle de Basilio Badillo, nos llama la atención un par de sujetos con un San Judas vestido con un chaleco con las siglas SME (Sindicato Mexicano de Electricistas), me acerco a preguntarles sobre la vestimenta de su San Judas y como ven que traigo una pequeña libreta creen que soy periodista, les digo que soy estudiante de periodismo en la escuela que esta al fondo de la calle, pero parece que eso no los desanima para hablar conmigo. Nos sentamos en unas frías sillas de plástico en el puesto de doña Ana, que está al lado de la escuela, y uno de ellos, que se identifica como “el charro”, me empiezan a exponer como Felipe Calderón es un traidor a la patria y como el gobierno ha vendido los bienes del país a empresas del extranjero. Mientras el charro expone sobre este tema su compañero, que en al final de la conversación comenta que se llama Salvador, los segunda con comentarios como: “deberían matarlos, a los cabrones”. Al final me dan unos datos de algún contacto suyo y nos despedimos. 

Más tarde, en el receso y otra vez con compañeros, vuelvo a avenida Hidalgo a ver si el número de gente había aumentado. Empiezo a notar pequeños nichos de personas que después se disuelven, todos con una mano extendida. En mi ignorancia pregunto a una señora que se quejaba de la brusquedad de las personas y me dice que son gente que está haciendo penitencia: “regalan comida o imágenes de San Juditas”. Aunque también veo que algunos regalan pulseras con el color de la vestimenta de San Judas. Le pregunto sobre la Ley del Labrador y me dice que no sabe nada, que mejor le pregunte a la gente de los puestos, que ellos conocen mejor el lugar. 

Ley del Labrador


Después de pasar un buen rato preguntando, una señora que vendía tacos de canasta le suena el nombre del labrador y solo me dice que está en una esquina de la iglesia. Para mi desgracia, y de los compañeros, la inscripción estaba tapada por un adorno de flores que rezaba: Gracias te da Aníbal San Judas Tadeo. Investigando, ya en privado, leo que es la escultura de un indígena siendo levantado por un águila, está en la esquina de la iglesia y que simboliza el triunfo de los españoles sobre los aztecas al final de la conquista española. La misma iglesia de San Hipólito fue levantada en homenaje a los españoles que murieron en la tan famosa noche triste.

Regresamos a la facultad para comparar testimonios y observaciones, unos hablaban de vagos que dice ser Jesús y otros de personas desesperadas que al momento de preguntar la misma gente se abalanzaba a ellos buscando un hombro en cual llorar: por algo le dicen a San Judas el santo de las causas difíciles. 

Después de clases, la mancha voraz se había extendido hasta abarcar la mitad de la avenida reforma. Era medio día y aunque aún perduraba el frío, la temperatura subió lo suficiente como para hacer notar el olor del solvente. Nuestro deber era sumergirnos, el compañero Aldo y yo, en esta masa de cholos y papás jalando a sus niños y bebes vestidos de San Judas. Las señoras amistosas de la mañana habían sido remplazadas por peregrinos apáticos. Con la tibieza de la tarde ya fue difícil sacarle a alguien algún comentario: mucha de la gente que venía de barrios no tenía interés en hablar con alguien de no fuera de su nicho social. Recorrimos ambos extremos de la fiesta, desde la plaza Francisco Zarco, al costado de San Hipólito, hasta el límite entre Hidalgo y Puente de Alvarado. 

Es en el límite con Puente de Alvarado donde Aldo y yo nos sentamos, hartos del olor a mariguana y el verdiblanco de los tótems que podían ser tan pequeños como mi pulgar a ser una bestialidad de dos metros. Observamos como unos policías se llevaban a unos muchachos de una peregrinación, todos de un tal barrio seis, queda de más decir que sus compañeros se fueron encima de los polis: ¡Se los llevan los puercos!, grita alguien en la multitud. En la plática para matar el tiempo menciono que la profesora Yenizar, en el taller remedial de historia, nos contó sobre el hospital mental de San Hipólito, que había sido el primero en la ciudad y que estaba alado de la iglesia, donde ahora hay un café.  

En nuestro último recorrido tuvimos suerte, Aldo logro entablar conversación con unas personas de avanzada edad que venían desde Sinaloa a una misa dedicada a su estado, si no mal recuerdo a pedir por un sobrino o un nieto en problemas. En mi caso logre hablar con una señora que hacia penitencia regalando bolsitas de dulces, siguiendo la tradición de su marido, que falleció el año pasado, nos cuenta

Nos despedimos de San Hipólito con frío y dolor de cabeza. Nada que una cerveza, en el caso de Aldo, y una cama, en el mío, no pueda solucionar. Aliviados de estar lejos de la muchedumbre asfixiante.    

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