Llevaba
esperando este film desde mayo, oía que estaba arrasando cada festival de
cine en que llegaba: premios por ahí y reconocimientos por allá. Por fin llega a México y
¿cómo la recibimos?. Con solo una
función al día, ni siquiera una mención en los tabloides del cine (como mínimo) y el de la taquilla con cara de si en realidad
están proyectando la película o le estoy intentando tomar el pelo.
Jay, una
adolescente común y corriente, lleva una relación con un sujeto que le lleva ya
varios años de diferencia. Después de un tiempo de conocerse y llevar una
relación estable, como es de esperar, terminan teniendo sexo en el asiento
trasero del auto del tipo; solo para casi inmediatamente ser drogada por este. Al
despertar el sujeto le explica que le ha pasado algo a ella, ahora una “cosa” la perseguirá: puede tomar la
forma de cualquier persona, no piensa y es muy lenta pero siempre encuentra una
forma de llegar hacia su objetivo. Se transmite como una enfermedad de
transmisión sexual así que se lo puedes pasar a alguien más; pero una vez que
acabe con la persona en turno siempre regresara con la anterior.
La atmosfera
es contemporánea pero pose una esencia clásica, colores oscuros pero con
contrastes llamativos que van degenerando en colores opacos y melancólicos.
Personajes que parecen el típico grupo de adolescentes genéricos pero que en realidad posen su propia complejidad (no solo se nota por sus diálogos sino también por su actitud). Incluso el propio monstruo es una metáfora; no solo en las formas que toma sino también en cómo opera.
El manejo de la cámara y la fotografía son hermosas y elegantes, son otros personajes que constantemente cambian de persona: puede ser un espectador, un integrante activo o el mismo monstruo, como el narrador de una novela que en vez de palabras recurre a los ángulos, panoramas y puntos centrales para meternos en su psicosis.
Y la banda sonora es… perfecta, música de sintetizador que pose tanto protagonismo como la misma cámara; un oda a las composiciones musicales del maestro John Carpenter. Ya solo escuchar la banda sonora en la sala ya suficiente excusa para ir a verla al cine.
Personajes que parecen el típico grupo de adolescentes genéricos pero que en realidad posen su propia complejidad (no solo se nota por sus diálogos sino también por su actitud). Incluso el propio monstruo es una metáfora; no solo en las formas que toma sino también en cómo opera.
El manejo de la cámara y la fotografía son hermosas y elegantes, son otros personajes que constantemente cambian de persona: puede ser un espectador, un integrante activo o el mismo monstruo, como el narrador de una novela que en vez de palabras recurre a los ángulos, panoramas y puntos centrales para meternos en su psicosis.
Y la banda sonora es… perfecta, música de sintetizador que pose tanto protagonismo como la misma cámara; un oda a las composiciones musicales del maestro John Carpenter. Ya solo escuchar la banda sonora en la sala ya suficiente excusa para ir a verla al cine.
Lleva años
que no veía una película de horror de tal calidad; es una lástima
que no reciba la atención que se merece. Por lo general estas joyitas son casi
exclusivas de festivales de cine y apreciados por un grupo reducido de
fanáticos del genero ya después de varios años de estrenarse.
Mi conclusión…
vale la pena. Toma mucho del cine clásico del horror y lo trae a la época
contemporánea, conforme la película trascurre va desenvolviendo esa esencia
abstracta y fascinante que tanto me cautiva. Incluso me atrevería a decir
(podría estar exagerando) que le queda
muy chico llamarla una película de horror; me parece mucho más basta para solo
encasillarla en un género.
Una obra que habla del crecer y la manera en que concebimos el sexo y la muerte.
Una obra que habla del crecer y la manera en que concebimos el sexo y la muerte.
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