viernes, 17 de marzo de 2017

Crónica de un tenis ceniciento





“Esto se va a poner feo”, digo entre dientes mientras observo la multitud que se va conglomerando en el anden de metro Bellas Artes. Si aquí ya esta hasta su puta madre, tenía garantizado que en Hidalgo iba a ser lo mismo, pero multiplicado. Estoy en medio de uno de los pasillos del vagón y las dos salidas, en ambos lados, están atestadas de gente, me decido por uno y abro paso como puedo. No llego muy lejos. Solo queda esperar y encontrar algún hueco por el cual salir en la siguiente estación. 

Llego a Hidalgo y noto que mis posibilidades de salir son mínimas: “puta madre, ahora voy a tener que llegar a la Normal para bajar”.  Se abren las puertas. Veo que entre la gente se abre un pequeño espacio por el cual salir y aprovecho la oportunidad. ¡Rápido!, antes que la gente de afuera ya no te deje salir. Soy el ultimo en bajar, la posibilidad de que la masa voraz me arrastrara de regreso era alta, pero no, cuando me doy cuenta la mayor parte de mi cuerpo ya esta fuera del vagón. “Lo he logrado, sobreviví un día más de trayecto por la línea 2”,  pienso triunfante creyendo que la había librado… podre tonto. 
 
La masa voraz intenta entrar con violentos empujones en el vagón y, de paso, atrapa mí pie. La siguiente sensación es el frio de mi calcetín a la intemperie. Salgo por completo de la muchedumbre, para luego voltear, con los ojos bien abiertos, arrodillarme y empezar a buscar inútilmente entre las piernas ajenas a mi tenis extraviado. De todas las cosas que esperaba perder algún día en el metro, jamás imagine que sería mi tenis izquierdo. “¿No ven por ahí un tenis?” grito con dirección a la venta del vagón, vuelvo a agacharme buscando en vano. Alguien pregunta “¿Qué pasó?”, le espeto entre tartamudeos: “¡eh… eh… el metro se trago mi tenis!”. “Que mal pedo” dice  alguien entre la multitud. Esa expresión, esa siempre es la impresión con la que termina este relato.

Salgo de metro Hidalgo, atravieso la hedionda Basilio Badillo y antes de entrar en la Septién, la frustración y la ira dan paso a un miedo que desde niño no he podido sacudir. “¿Y ahora qué le voy a decir a mi mamá?” digo moviente los labios pero sin evocar sonido alguno. Como hace un mes me robaron el celular por Eje Central, regreso a la entrada del metro y descuelgo un teléfono público.

---¿Bueno?
---¿Mamá? Soy Roberto.
---¿Qué pasa? ya deberías estar en clase--- su tono es de sorpresa, no esta acostumbrada a llamadas esporádicas así y menos de mi parte.
---Este… el metro se tragó mi tenis.
---¿Qué?
---¡Qué el metro se llevo mi tenis!
---¿Cómo?--- escucho que esta conteniendo la risa--- ¿y ahora?… ¿Cómo vas a volver?
--- No sé, pues así con el calcetín.
---No púes amárrate un cartón o un pedazo de carpeta--- pienso en el Diálogos como la mejor opción mientras me propone lo del cartón.
---Ya ahorita pienso que hago, ya me voy antes que se me haga más tarde.
---Ok, bye.
---Bye. 

Cuelgo y otra vez dirijo mi camino al instituto, piso con mi calcetín un líquido oscuro y apestoso, por suerte la tela ya era oscura. Ahora no estoy iracundo, la llamada me ha quitado un peso de encima. Rio un rato de mi propia desgracia y entro en el edificio, al fondo de la calle, listo para responder al preludio de este relato: “¿por qué estas caminando chueco?"

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